miércoles, 7 de agosto de 2013

                                                                 Miguel Rodrigo


                     Grande fue la sorpresa de Miguel Rodrigo al verse envuelto en una cálida niebla blanca, mientras ascendía,  sin reparos, sin dolor, hacia una luz prístina. Sus oídos rebosaban con trompetas y coros de otros, de otras, que él veía pasar mientras se elevaba, que lo miraban sonrientes, con dientes blancos y un brillo de metal en los ojos, un brillo plomo e inerte. La luz, ahora iridiscente, tocaba esa niebla espesa y la transformaba en formas y figuras, en plantas y animales que no había imaginado, que no había visto ni en sus sueños más alterados.
                Y así llego Miguel Rodrigo ante la puerta dorada, enorme, y abierta de par en par. Así fue como la cruzó, envuelto en la música, rodeado de figuras y de rostros. Y helo ahí que lo recibía Dios, el hombre, el árbol en llamas, el violento patrón de la venganza en la primera, el abuelo misericordioso en la segunda.
                Y grande fue la sorpresa de Miguel Rodrigo, ateo irredento hasta la médula, al ver que Dios existía.
               
                - Buena existencia, hijo mío- le dijo Dios a Miguel Rodrigo, con voz de cálida bienvenida.
                -¿Existes? No me lo puedo creer. Viví mis 60 años negando la existencia del cielo, de
los ángeles, de ti. Que tu presencia no era más que un invento conveniente para manipular, que tus designios no eran más que azar y la ‘causa – consecuencia’, y que tus representantes no eran más que cerdos, que hipócritas y corruptos. Y que la promesa de la vida eterna no era más que un bálsamo para la mente débil de las personas débiles - dijo con total desconcierto.
                -Y sin embargo, aquí te encuentras, Miguel Rodrigo. A ti te digo, bienvenido. Bienvenido a un mundo como no te lo imaginas. Cree en mí, en mi divina presencia. Reivindica aquí tus pensamientos acerca de mis enseñanzas, regocíjate con las historias y la música de mis representantes, que ahora cesados de su trabajo en la tierra, sirven de guías y patrones en este ‘más acá’. Acata tu nueva realidad.
                Mientras digería tamaña revelación, una duda flotó en su mente.         
                - ¿Y el infierno?
                -Jamás existió, Miguel Rodrigo. Además eso no ha de preocuparte a ti, fuiste una persona de bien, fuiste juicioso, un marido ejemplar, un padre magnífico…
                - Y un hereje. Tenía entendido que ese era el destino del hereje, el infierno. Y heme aquí en tus pastos. Y además déjame preguntarte ¿Qué pasa con los que solo hicieron calamidades y aberraciones en su paso por la tierra, los que oprimieron, torturaron, violaron y mataron? ¿También ‘pululan’ por tus patios?
                - Por supuesto. Al llegar aquí les pregunto si no creen que obraron mal. Sobrecogidos y arrepentidos, lloran al borde del desconsuelo. Los reconforto, les doy mi sagrado perdón, y entran al reino de los cielos, cargados de bondad y sobrecogimiento. Y con una sonrisa de par en par.
                - ¿Eso es todo? ¿Y qué haces con sus actos, con sus errores? ¿Qué pasa con las víctimas de los criminales, con los torturados por los torturadores, con los vejados por los vejadores?
                - Encuentran la sagrada paz de mi corazón a su llegada a mis terrenos. Y todo su pesar se desvanece, para rellenarla con gozo, con dicha.
                - ¿Y en la tierra están destinados al sufrimiento, no? Tu mundo estos últimos años no ha estado de lo mejor. Tus hijos en la tierra viven en disputas eternas, ¿Y sabes lo más terrible de todo, Dios? ¡Que las masacres más grandes de la historia de tus hijos han sido por culpa de las religiones y los credos!
                - ¡Ah!, sabía que dirías eso. Mal que mal lo sé todo - dijo con una sonrisa eterna -. No te preocupes, Miguel Rodrigo, aquí sólo existe mi religión. No encontraras disputas de ese tipo en mi paraíso.
                -¿Me estas queriendo decir que no existe la libertad de credo en tu mundo?
                - ¿Y para qué? Estás viendo ante tus ojos que yo soy el único y el verdadero. ¿Ves a esos calvos tocando harpas y cantando himnos? Ellos solían ser Budistas, hijo mío – Y rió con tronadora carcajada.
                - Pero  Dios, que pasa con el sufrimiento en tu mundo, que pasa con las penas, con las injusticias,  con el desbalance. ¿Me estás queriendo decir que son por nada?
                -Miguel Rodrigo, ¿Qué importa? El paso por la tierra de mis hijos es tan fugaz y superfluo comparado con la eternidad de bondad y felicidad en mi paraíso que a ninguno de ellos les importa, una vez llegado aquí.
                - Entonces, – dijo Miguel Rodrigo viendo al fin el jaque al plan divino de Dios – ¿Para qué nos mandas a la tierra? ¿Y PARA QUE CREASTE LA TIERRA?
                - Miguel Rodrigo, ¿Conoces el dicho ‘La ignorancia es una bendición’? – Le preguntó Dios, con su infinita paciencia bastante colmada – Te presento la tierra de la bendición.
                 Y dándole una patada con su zurda bendita, lo arrojo de cara al paraíso.