lunes, 4 de marzo de 2013


                                  Río Color Invierno 


            Salimos corriendo como si hubiésemos visto al diablo, a ése diablo. Doce en total, la idea era refugiarse lo más rápido posible, separarse, rodear el cerro, y juntarnos de ser posible. 
                De ser posible.
               
Siempre me gustó marchar en invierno. El frío paralizante en la frente y la nariz, el vapor que emana de las voces que cantan, gritan y aclaman hasta hacer doler la garganta. Y había algo más, era una especie de euforia, similar a la alegría, pero que sin embargo no lo era. La caravana de insatisfechos y hastiados con su tole-tole mundial, todo alegría, todo carnaval, bailes y música, no estaba celebrando, estaba reclamando. Y con justo derecho. Pero es harina de otro costal pienso, por ahora.
 Como sea, el ala anárquica presente en todas las marchas (a quienes nunca entendí, la verdad) tenía otros planes. La primera de las botellas iluminó el aire sobre nuestras cabezas, el verde transparente, con la etiqueta de la marca de cerveza arrancada, con su interior revuelto. Estalló maravillosamente en el suelo. Aunque no los entienda, siempre es grato ver una botella así cruzar el aire. Mis amigos con cámaras vieron la oportunidad, era una foto por la que valía la pena arriesgarse. Y la marca que dejó la botella era similar a esa que dejaba el DeLorean cada vez que borraba el tiempo. Ese fue mi último pensamiento agradable y distendido. Ahí se fue todo a la  mierda.
                Corrí al cerro con los cinco restantes de los doce que salimos juntos, los cinco que evadimos el primer cerco de la emboscada. El resto, no lo sabíamos ni lo supe, estaban siendo apresados bajo cargo ninguno, apaleados y maltratados por nada. Dos amigas, un reportero gráfico que conocimos en la marcha, mi amigo y yo quedábamos corriendo hacia el cerro, junto con otras personas, que componían aquella caravana. Que en realidad se había reducido a mucho menos que eso, la mayoría se habían perdido por calles aledañas, o se habían escondido en los últimos locales valientes con sus rejas abajo.
                De pronto, un carro lanza-aguas apareció por una esquina. Junto al camélido, bombas lacrimógenas, el peor de los males, y aparecieron mas manchones verdes de los que podía contar. El reportero gráfico, mi amigo y amigas, y muchos más cayeron en las garras de ellos (“ellos”), en medio de palos y patadas que no venían al caso, con rabia, como si fuese una ofensa personal la que estuviese siendo zanjada.
 Y seguí corriendo solo, con el lienzo a rastras, mal doblado por el apuro, hasta que llegué a las inmediaciones del cerro. Estaba solo, descubrí al mirar alrededor. Salté y trepé la reja, me refugié tras una mata de no sé qué, tras subir algo así como 20 pasos, mientras guardaba el lienzo en mi mochila.
                De lejos se escuchaba el tumulto, y me dio miedo porque no sonaba como siempre. Había algo más. Una especie de agitación desesperada, y habían mas gritos que de costumbre. Algo más había pasado.
                Vi como pasaban muchos participantes de la marcha, una mezcla de los anarquistas y estudiantes, con palos y fierros, por la calle que rodea el cerro, devolviéndole el castigo a la fuerza policial, que casi superados en número, vieron que además eran superados en fuerza, en alma, en arrojo.
                Y de pronto lo sentí. Fue como si un camión chocara contra mi plexo. Oí primero el estallido, como el chasquido de una cuerda de guitarra tensa, muy tensa al cortarse en las manos. Sentí como se desgarraban las ramas frente a mí. Y sentí un camión (o eso pareció) chocándome de frente, sincero y cruel golpe, directo. Aleatorio, si, pero certero. Sentí como si tuviese una vertiente bajo mi pecho, como esas que vi el año anterior en el Sur, con mis amigos. Sentí el pasto y la tierra en mi nuca al caer rendido, desesperado. Sentí… pena, porque no pude despedirme, porque con la vertiente de mi pecho recordé a mis amigos. Y recordé entonces todo lo que quise, a mi familia, cuyo esfuerzo no era suficiente para pagarme la maldita educación de la que todos hablaban, cuyo amor les hacía rendir ese esfuerzo, el mismo amor que me profesaron al decirme y al pedirme que me cuidara en la marcha. Y como es obvio en un relato como éste, ya no me quedo más tiempo para pensar. 


la postdata dice: se llamó así el primer cuento por ser inspirado en una canción de los Fother Muckers. Aclaro que es mi percepción de la historia. Así que podría decirse que no es enteramente mi creación. No lo se. 

2 comentarios:

  1. Que es una creación? todo, o nada, así de simple, libertad de pluma al que escribe, libertad de expresión, una fuente de inspiración no se puede quedar con el crédito de hacer, solo con el de ser detonante... libertad, incluso irónico nombrarla tres leer esto. Precioso y preciso, directo, real, lo que se siente en un marcha, lo que uno es capaz de dejar por un ideal

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  2. gracias muchacho. la pluma (los leves impulsos electricos) fueron sinceros

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