Río Color Invierno
Salimos
corriendo como si hubiésemos visto al diablo, a ése diablo. Doce en total, la
idea era refugiarse lo más rápido posible, separarse, rodear el cerro, y
juntarnos de ser posible.
De ser posible.
Siempre me gustó marchar en
invierno. El frío paralizante en la frente y la nariz, el vapor que emana de
las voces que cantan, gritan y aclaman hasta hacer doler la garganta. Y había
algo más, era una especie de euforia, similar a la alegría, pero que sin
embargo no lo era. La caravana de insatisfechos y hastiados con su tole-tole
mundial, todo alegría, todo carnaval, bailes y música, no estaba celebrando, estaba
reclamando. Y con justo derecho. Pero es harina de otro costal pienso, por
ahora.
Como sea, el ala anárquica presente en todas
las marchas (a quienes nunca entendí, la verdad) tenía otros planes. La primera
de las botellas iluminó el aire sobre nuestras cabezas, el verde transparente, con
la etiqueta de la marca de cerveza arrancada, con su interior revuelto. Estalló
maravillosamente en el suelo. Aunque no los entienda, siempre es grato ver una
botella así cruzar el aire. Mis amigos con cámaras vieron la oportunidad, era
una foto por la que valía la pena arriesgarse. Y la marca que dejó la botella era
similar a esa que dejaba el DeLorean cada vez que borraba el tiempo. Ese fue mi
último pensamiento agradable y distendido. Ahí se fue todo a la mierda.
Corrí
al cerro con los cinco restantes de los doce que salimos juntos, los cinco que
evadimos el primer cerco de la emboscada. El resto, no lo sabíamos ni lo supe,
estaban siendo apresados bajo cargo ninguno, apaleados y maltratados por nada. Dos
amigas, un reportero gráfico que conocimos en la marcha, mi amigo y yo
quedábamos corriendo hacia el cerro, junto con otras personas, que componían
aquella caravana. Que en realidad se había reducido a mucho menos que eso, la
mayoría se habían perdido por calles aledañas, o se habían escondido en los
últimos locales valientes con sus rejas abajo.
De
pronto, un carro lanza-aguas apareció por una esquina. Junto al camélido,
bombas lacrimógenas, el peor de los males, y aparecieron mas manchones verdes
de los que podía contar. El reportero gráfico, mi amigo y amigas, y muchos más
cayeron en las garras de ellos (“ellos”), en medio de palos y patadas que no
venían al caso, con rabia, como si fuese una ofensa personal la que estuviese
siendo zanjada.
Y seguí corriendo solo, con el lienzo a
rastras, mal doblado por el apuro, hasta que llegué a las inmediaciones del
cerro. Estaba solo, descubrí al mirar alrededor. Salté y trepé la reja, me
refugié tras una mata de no sé qué, tras subir algo así como 20 pasos, mientras
guardaba el lienzo en mi mochila.
De
lejos se escuchaba el tumulto, y me dio miedo porque no sonaba como siempre.
Había algo más. Una especie de agitación desesperada, y habían mas gritos que
de costumbre. Algo más había pasado.
Vi como
pasaban muchos participantes de la marcha, una mezcla de los anarquistas y
estudiantes, con palos y fierros, por la calle que rodea el cerro, devolviéndole
el castigo a la fuerza policial, que casi superados en número, vieron que
además eran superados en fuerza, en alma, en arrojo.
Y de
pronto lo sentí. Fue como si un camión chocara contra mi plexo. Oí primero el
estallido, como el chasquido de una cuerda de guitarra tensa, muy tensa al
cortarse en las manos. Sentí como se desgarraban las ramas frente a mí. Y sentí
un camión (o eso pareció) chocándome de frente, sincero y cruel golpe, directo.
Aleatorio, si, pero certero. Sentí como si tuviese una vertiente bajo mi pecho,
como esas que vi el año anterior en el Sur, con mis amigos. Sentí el pasto y la
tierra en mi nuca al caer rendido, desesperado. Sentí… pena, porque no pude
despedirme, porque con la vertiente de mi pecho recordé a mis amigos. Y recordé
entonces todo lo que quise, a mi familia, cuyo esfuerzo no era suficiente para
pagarme la maldita educación de la que todos hablaban, cuyo amor les hacía
rendir ese esfuerzo, el mismo amor que me profesaron al decirme y al pedirme
que me cuidara en la marcha. Y como es obvio en un relato como éste, ya no me
quedo más tiempo para pensar.
la postdata dice: se llamó así el primer cuento por ser inspirado en una canción de los Fother Muckers. Aclaro que es mi percepción de la historia. Así que podría decirse que no es enteramente mi creación. No lo se.
Que es una creación? todo, o nada, así de simple, libertad de pluma al que escribe, libertad de expresión, una fuente de inspiración no se puede quedar con el crédito de hacer, solo con el de ser detonante... libertad, incluso irónico nombrarla tres leer esto. Precioso y preciso, directo, real, lo que se siente en un marcha, lo que uno es capaz de dejar por un ideal
ResponderEliminargracias muchacho. la pluma (los leves impulsos electricos) fueron sinceros
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